El joven Estado de Kirguizistán (o Kirguistán) ha sufrido dos revoluciones a lo largo de su corta vida, continuando inconcluso el último de estallidos sociales. Desde hace más de dos meses el país kirguiz se encuentra en plena revuelta y conflicto étnico; un clima de caos social en el cual el mandatario Bakíyev y sus familiares escaparon del país que controlaban, además de registrarse entre los disturbios un saldo de más de cincuenta muertos y centenares de heridos.
Con Roza Otunbayeva a cargo del ejecutivo -desde la huída del presidente Bakíyev en abril último-, el gobierno kirguiz ha aprobado la nueva constitución nacional, mediante una amplia mayoría en un referéndum celebrado este fin de semana, evento nacional que permitió la participación de los ciudadanos en el cual no se han registrado incidentes. La ex ministra de Asuntos Exteriores que tomó a su cargo la presidencia viajó a la ciudad de Osh, la cual, junto con Jalalabad, son los centros más afectados y cuya reconstrucción es prioridad manifiesta por parte del actual gobierno. Allí la cabeza de gobierno se reunió con manifestantes tanto kirguizes como uzbecos, en busca de la reconstrucción de la desvastada ciudad del sur de Kirguizistán, escuchando sus reclamos (muchos de los cuales se referían a cuestiones humanitarias y de derechos humanos).
El país en cuestión no logra consolidar una estructura política duradera: desde su independencia en 1991, este Estado ha intentado aplicar sin éxito varios sistemas políticos, y varios textos constitucionales (la última redacción fue en 2007, la cual será reemplazada por la nueva constitución aprobada por el gobierno provisional de Otunbáyeva).
A la falta de continuidad constitucional se le suman las estrepitosas salidas de los primeros presidentes de la República Kirguiza. Askar Akayev fue el primer mandatario desde que se declaró independiente el país en 1991, siendo reelecto en 1995, y nuevamente en 2000, en elecciones sospechadas de fraudulentas. Es en el año 2005 que estalla la Revolución de los tulipanes, reclamando la sociedad la renuncia de dicho presidente.
El candidato elegido para sucederlo, Kurmanbek Bakíyev, promovió en un principio un esquema de gobierno de coalición con su oposición, el cual fracasó al año siguiente. Dados los altos niveles de corrupción, la caída de la economía kirguiza y el creciente descontento por parte de la población, la sociedad se movilizó a inicios de abril al palacio presidencial de Bayíyev en Bishkek -la capital nacional- a reclamar la salida inmediata de dicho líder. Debido a la multitudinaria movilización (se habla de unos mil manifestantes) el entonces presidente dejó la nota de renuncia en su escritorio escapando en helicóptero a Osh, la ciudad al sur de Kirguizistán, sector controlado por su clan familiar. Al dimitir también su primer ministro Daniyar Usenov y al tomar el poder sus opositores, la familia Bayíyev ha pedido asilo a diferentes gobiernos de Europa, en medio de la presente revolución.
Las principales potencias como Estados Unidos (que cuenta con bases militares en aquel país), Rusia y la Unión Europea han pedido que finalicen los disturbios y vuelva así la calma a las tierras kirguizas. Pero teniendo en cuenta el actual panorama de crisis económica, política y social, sumado a la historia de resentimientos entre kirguizes y uzbecos, el conflicto -étnico en gran medida- parece ser un fenómeno recurrente dentro del ex Estado soviético, por lo que, por lo pronto, será difícil consolidar un régimen duradero en aquel país.
Con Roza Otunbayeva a cargo del ejecutivo -desde la huída del presidente Bakíyev en abril último-, el gobierno kirguiz ha aprobado la nueva constitución nacional, mediante una amplia mayoría en un referéndum celebrado este fin de semana, evento nacional que permitió la participación de los ciudadanos en el cual no se han registrado incidentes. La ex ministra de Asuntos Exteriores que tomó a su cargo la presidencia viajó a la ciudad de Osh, la cual, junto con Jalalabad, son los centros más afectados y cuya reconstrucción es prioridad manifiesta por parte del actual gobierno. Allí la cabeza de gobierno se reunió con manifestantes tanto kirguizes como uzbecos, en busca de la reconstrucción de la desvastada ciudad del sur de Kirguizistán, escuchando sus reclamos (muchos de los cuales se referían a cuestiones humanitarias y de derechos humanos).
El país en cuestión no logra consolidar una estructura política duradera: desde su independencia en 1991, este Estado ha intentado aplicar sin éxito varios sistemas políticos, y varios textos constitucionales (la última redacción fue en 2007, la cual será reemplazada por la nueva constitución aprobada por el gobierno provisional de Otunbáyeva).
A la falta de continuidad constitucional se le suman las estrepitosas salidas de los primeros presidentes de la República Kirguiza. Askar Akayev fue el primer mandatario desde que se declaró independiente el país en 1991, siendo reelecto en 1995, y nuevamente en 2000, en elecciones sospechadas de fraudulentas. Es en el año 2005 que estalla la Revolución de los tulipanes, reclamando la sociedad la renuncia de dicho presidente.
El candidato elegido para sucederlo, Kurmanbek Bakíyev, promovió en un principio un esquema de gobierno de coalición con su oposición, el cual fracasó al año siguiente. Dados los altos niveles de corrupción, la caída de la economía kirguiza y el creciente descontento por parte de la población, la sociedad se movilizó a inicios de abril al palacio presidencial de Bayíyev en Bishkek -la capital nacional- a reclamar la salida inmediata de dicho líder. Debido a la multitudinaria movilización (se habla de unos mil manifestantes) el entonces presidente dejó la nota de renuncia en su escritorio escapando en helicóptero a Osh, la ciudad al sur de Kirguizistán, sector controlado por su clan familiar. Al dimitir también su primer ministro Daniyar Usenov y al tomar el poder sus opositores, la familia Bayíyev ha pedido asilo a diferentes gobiernos de Europa, en medio de la presente revolución.
Las principales potencias como Estados Unidos (que cuenta con bases militares en aquel país), Rusia y la Unión Europea han pedido que finalicen los disturbios y vuelva así la calma a las tierras kirguizas. Pero teniendo en cuenta el actual panorama de crisis económica, política y social, sumado a la historia de resentimientos entre kirguizes y uzbecos, el conflicto -étnico en gran medida- parece ser un fenómeno recurrente dentro del ex Estado soviético, por lo que, por lo pronto, será difícil consolidar un régimen duradero en aquel país.
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