domingo, 14 de febrero de 2010

¿El Futuro de la Política Exterior Norteamericana vuelve al Pasado?

"The Carter Syndrome". Así tituló Walter Russell Mead al artículo que publicó en Foreign Policy, en su edición de enero-febrero 2010. El autor norteamericano encuentra, en el manejo de la política exterior de su Estado, similares –y desfavorables- condiciones entre las Administraciones de Barack Obama y del presidente nº 39, Jimmy Carter.

Para el distinguido investigador del Consejo de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, el actual mandatario estadounidense se encuentra en tensión entre dos escuelas de pensamiento que han guiado las relaciones exteriores de la nación del norte: Jeffersonianos y Wilsonianos.

Mead detalla que a lo largo de la historia, los presidentes de los Estados Unidos han traducido el mundo de acuerdo a cuatro puntos de vista que corresponden a diferentes personalidades clave para dicha nación: Alexander Hamilton, Woodrow Wilson, Thomas Jefferson, y Andrew Jackson. Hamiltonianos son aquellos que creen que un fuerte gobierno nacional -dotado de gran poder militar- debe perseguir una política mundial de tipo realista, que promueva el desarrollo económico dentro y fuera de los Estados Unidos. Los Wilsonianos también buscan una política de tipo global, pero basada en la promoción de democracia y derechos humanos. Por su parte, los Jeffersonianos buscan minimizar el accionar y compromiso norteamericano fuera de su territorio nacional, son aislacionistas –en la medida en que sea posible para una potencia como lo es Norteamérica ser aislacionista-. Finalmente, los Jacksonianos son quienes sospechan abiertamente de los vínculos de negocios de los hamiltonianos, del “hacer bien” wilsoniano, y de la debilidad de los jeffersonianos; son categorizados por el autor como los observadores de la “Fox News” -grupo de noticias norteamericano, criticado por su tendencia conservadora y de derecha, que de acuerdo a las críticas no mantiene la neutralidad al brindar información. Cualquier vínculo entre la Fox, personajes conservadores y el Partido Republicano en algún que otro episodio de Los Simpsons, no es mera coincidencia.

Los atentados del 11-S despertaron a los jacksonianos, permitiendo que la atención se volcara hacia el teatro internacional, allí donde estuvieran conspirando terroristas que lograron atacar a su país. Si estos criminales no obedecían las reglas, debían ser perseguidos, asesinados... sin importar las sutilezas técnicas, legales, o morales. De manera que la retaliación de la Administración Bush II a esos ataques consistió en una respuesta jacksoniana; pero luego su política viró hacia el wilsonianismo, a partir de los pretextos neoconservadores sobre la existencia de vínculos del régimen de Hussein con Al Qaeda y la posesión de armas de destrucción masiva por parte del iraquí, sin olvidar la cuestión del nation building, fundamental para la racional democrática de Wilson. Sumado a la falta de poder demócrata en el Congreso, el accionar del entonces mandatario siguió en curso, aumentando las tropas en Medio oriente y bajando cada vez más su nivel de popularidad para la opinión pública.

Si bien uno de los leit motiv de la campaña presidencial Obama fue la oposición a la guerra de Irak, las condiciones en que su predecesor dejó el campo de juego no son las más favorables para la consecución de los intereses y promesas de campaña del demócrata. La realidad es que ahora se teme que su término se equipare al de Carter.
Mead destaca que ambos presidentes provienen del sector jeffersoniano del Partido Demócrata, siendo el objetivo principal reducir los costos y riesgos de los Estados Unidos en el exterior, limitando las obligaciones de su nación en el extranjero. Moderación mediante, los Estados Unidos de América podrían expandir la democracia y lograr la paz mundial. Si, así creen ellos.

Durante la campaña y en el principio de su mandato, Obama aseguró su firme posición respecto de reducir los costos que la actitud en Medio Oriente significa para la potencia (como por ejemplo apoyar a Israel fomentando la hostilidad en dicha región), no confrontar con potencias en ascenso como Rusia, incluso retomar las relaciones con Cuba y demás regímenes auto proclamados anti norteamericanos, como el Eje Bolivariano liderado por el presidente venezolano, Hugo Chávez.

Pero, a su vez, las condiciones domésticas impiden que Obama se focalice en el plano internacional, demostrando mayor preocupación por reformas de índole interno. Si bien lo ha intentado, en el plano doméstico tampoco ha tenido éxito, lo cual se tradujo en victorias para el Partido Republicano. El hecho de que la banca del demócrata Patrick Kennedy haya sido conquistada por el republicano Scott Brown es un claro ejemplo del revés político que comienza a sufrir Obama, en su segundo año de presidencia. A diferencia de otros wilsonianos, Obama no cree que Estados como Siria, e Irán deban ser convertidos en democracias para obtener beneficios a largo plazo, sino que su aspecto jeffersoniano permite apreciar que regímenes malvados pueden comportarse como buenos actores internacionales si sus motivos e incentivos son guiados adecuadamente.

El artículo de Foreign Policy destaca que, a un nivel estratégico, la política exterior de la Administración Obama se conduce como la de Richard Nixon y Kissinger, intentando extraer las tropas que continúan en Afganistán e Irak –al igual que Nixon respecto a los soldados que se encontraban en Vietnam-. Y Mead encuentra en la apertura de Obama hacia Irán el equivalente a la aproximación de Nixon con la China comunista y la visita al Kremlin soviético.

Cualquier éxito podría derivar en menor tensión internacional, para lo cual Obama percibe que el mejor camino es aminorar los compromisos norteamericanos en el extranjero. Este método se hacía posible en el siglo XIX, cuando la potencia era Reino Unido, y Norteamérica se constituía apenas como un free rider que obtenía beneficios del liderazgo británico, sin pagar los costos que pudieren corresponderle. Ahora bien, en la actualidad se dificulta bastante la idea de un Estados Unidos que instantáneamente se despoje de su rol de superpotencia y reduzca su presencia y los compromisos que mantiene en la arena internacional.

Las permanentes deliberaciones de Obama respecto de la presencia en Afganistán han repercutido significativamente en los cuatro puntos de vista analizados. Porque para un presidente jeffersoniano la guerra es un asunto muy grave, indeseable, el último recurso con el cual debe contar; mientras que un hamiltoniano preferiría ejecutar con rapidez la decisión de emprender una contienda, evitando demostrar cualquier división al interior de su Estado. De este modo, Obama cosechó disidencias de todo tipo: los wilsonianos se oponen ante el mínimo abandono de los derechos humanos o los intereses que representa aquella guerra; los jacksonianos no comprenden la negativa el mandatario a sustentarse en recomendaciones militares profesionales; los jeffersonianos, naturalmente aislacionistas, lo percibieron como un traidor. La política exterior jeffersoniana siempre ha sido atacada por los otros puntos de vista. Más aún, la cuestión de la debilidad y la indecisión es un problema que aún hoy en día enfrentan los presidentes jeffersonianos.
Respecto de las otras potencias del sistema internacional, la incógnita reside en saber cómo responderán al llamado de reconciliación de Obama Estados como Rusia, Irán, e incluso Venezuela, cuyo líder requiere de ese “demonio imperialista” norteamericano para construir su imagen a nivel interno - latinoamericano.
Es evidente que Obama no sólo quiere proteger a su nación de lo que es, también quiere hacer de los Estados Unidos de América lo que debe ser. La necesidad de forjar el destino y la misión norteamericana en el resto del globo evidencian la veta wilsoniana del actual presidente. Pero la actitud expansiva del wilsonianismo confronta con el aspecto soberbio y limitado del los jeffersonianos, aportando trabas al progreso de la presente Administración.
Volviendo al pasado, hay quienes pronostican en Obama una definición de su política exterior totalmente opuesta a sus promesas de campaña. Para tener en cuenta, al asumir Carter, éste pretendía finalizar la guerra bipolar, pero terminó su mandato apoyando la resistencia afgana a la ocupación soviética, dejando vía libre a la expansión norteamericana y, sobre todo, incrementando el presupuesto del Departamento de Defensa.

Si la política exterior de la vigente Administración no es reformulada a lo largo de estos tres años que quedan de presidencia, ¿Qué sucederá con la presencia, el accionar y los intereses de Estados Unidos en el resto del planeta? ¿Será la superpotencia guiada por principios aislacionistas –en la medida que sea posible-, expansionistas; o simplemente la presidencia de Obama significará apenas un período de transición hacia una nueva actitud exterior?

Para el nuevo escenario internacional que se está gestando, la respuesta de Estados Unidos a estos interrogantes será de gran relevancia. La instauración del nuevo sistema internacional será consecuencia de la determinación del rol de los Estados Unidos de América. Mientras tanto, para el futuro de Obama, lo ideal sería que sus advisors tuviesen en cuenta lo que sucedió con Carter, para no tropezar nuevamente con los errores del pasado. La historia como herramienta no debe nunca ser descartada, y menos ahora que los síntomas se repiten..


Fuente:
Walter Russell Mead. “The Carter Syndrome”, Foreign Policy, January-February, 2010.
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